jueves, 24 de diciembre de 2009


Eran siete, o tal vez ocho, no los conté muy bien, fue después que llamaron mi atención, cuando empezaron a chillar de una manera perturbadora, era evidente que no estaba preparada para esos sonidos y desde el primero hasta el último, tuve que esconderme abajo de una mesa y usar el pan dulce para taparme los oídos. Me había pasado la tarde viendo especiales navideños y lo único que me hacía sonreír era pensar en la cena que descansaba en la heladera. Siempre odié la navidad, me empeñé desde chica en cortar la estúpida ilusión de todos mis compañeros, ellos me respondían llorando y tiraban de las polleras de sus mamás para demostrarme que estaba equivocada, pero yo conseguía incomodarlas y una vez que la verdad se descubría no había tiempo para retar al buchón. Así conseguí que muchos de mis compañeros no puedan jugar con migo y mis recreos los pasé con algunos amigos judíos que se sentían avergonzados de que sus familias festejaran otras cosas, yo los consolaba con todo lo que sabía, y ellos sonreían y me querían cada consuelo un poco más. Algo que tienen que saber de mi, es que tiendo a irme por las ramas y lleno de paréntesis todas mis oraciones. Esa noche tuve que vestirme elegante para estar sentada en una silla de mi propia casa, me pareció ridículo ponerme uno de mis vestidos más cursis y peinarme como si fuera el amor de mi vida el que venia a cenar. Mi mamá estaba nerviosa, como si fuera a rendir un parcial en vez de estar cocinando para una familia que comió sus guisos quemados, y yo no ayudaba en lo más mínimo. Cuando llegó mi familia, sentados alrededor de la mesa, éramos diez, mi primo, el más chiquito, trajo una caja de tamaño considerable pero transportable y hablaba hacia adentro de la caja como si estuviera cuidando algo muy pequeño, yo pensé que era muy raro que un nene jugara a la mamá y que cuando sea grande va a ser gay. Llegaron el café y los chocolates y mi primo se acerco muy tímido, muy nene, y me pidió que mirara adentro de su caja, me asomé y vi algunas luces, supuse que era un regalo de mi tío, a quien le gusta regalar cosas inentendibles, le sonreí, le dije "que liiiindo" y le acaricié el pelo, tratándolo como a un estúpido, a lo que el me miró extrañado y se sentó a mirar su caja un rato más. A eso de las doce y media, cuando los cohetes son aislados y todos están sopesando la idea de irse, mi primito se puso a llorar escandalosamente, mi reacción fue rápida porque supuse que el contenido del cubo tenia algo que ver, me di vuelta y vi a todas las lucecitas saltando en el comedor, mostrando los dientes y emitiendo un sonido insufrible.

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