martes, 3 de noviembre de 2009

Había una vez un pez que tenía sangre y una nariz respingadita para poder respirar, bajo el agua. El pez, como es deducible, se ahogaba todo el tiempo, así que vivía casi todos sus momentos en la superficie sacando su cuerpito con saltitos a la superficie cada minutos. El desdichado iba y venia, y buscaba la amistad de todo animalito que pasaba por ahí. Un día conoció a una peza que gustaba de mirar los atardeceres y la enamoró con sus saltitos efervesentes y su constante sonrisa, gracias a ella pudo el pez bajar profundo bien profundo contando con sus besos cada minutos.

-FIN!

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