lunes, 20 de julio de 2009

amigues anónimos.

A ella la amo, es dulce y simple como una fruta fresca, chorrea amor a gota gorda y no pide demasiado de la vida. A él lo quiero como a un hermano, aunque últimamente lo veo un tanto perdido, lo siento al lado cada vez que hablamos. Ella desaparece porque vive a mil leguas, es un edificio de honestidad y no hay día que el mate no la acompañe. Él ya no es la misma persona de la que me enamoré pero lo amo, y me dio tanto tiempo el gusto de conocerlo que logró entrar en mi sangre y ser único y amado para siempre. Ella es rarísima, pero una vez atravezada es querible, tierna y divertida, y espero que aprenda lo más rápido posible a remar, porque en parte, la extraño. Él es, por lo menos en este momento, el amor de mi vida, mi amistad en llamas, y mi compañero de vida y diversiones, y no puedo pedirle más a la vida. Ella está llena de capas, como la gente en invierno, y me alegra haber conocido algo bastante cercano a su forma real. Él es como el hermano que tube y nunca me dio bola, y me deja ponerlo en ese lugar con abrazos suaves y largos. Ella es de las personas mas parecidas, y en mi, un libro de recuerdos. Ellos, ya que todo el mundo los empaqueta, son dos mazos de locura, abrazos, inteligencia y diversión, uno más ausente que el otro, pero los dos son un complemento único. Ella es para mi una persona increíble y casi perfecta, que espero que toda su vida siga el sendero que se le destinó. Ellos, todos, son tan distintos, y a la vez iguales, tan especiales y necesarios, y aunque me falte gente, lo sé, y no es que sean menos importantes, cada uno sabe adentro suyo lo que significa para mi.
Feliz día, amigues.

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